El cierre de la planta de Whirlpool en Argentina y el reconocimiento público que la misma empresa recibe en Estados Unidos se convirtieron en una imagen casi perfecta de las diferencias entre los modelos económicos de ambos países. Mientras la multinacional abandona la producción local en Pilar y despide a 220 trabajadores, en Ohio es mencionada como ejemplo de una industria protegida y fortalecida. El contraste no solo es simbólico: revela el impacto directo de políticas económicas diametralmente opuestas.
En Argentina, el gobierno de Javier Milei avanza con una apertura comercial acelerada. La eliminación de restricciones, la baja de aranceles y la competencia irrestricta con productos importados son presentadas como un camino hacia la eficiencia y la baja de precios. Sin embargo, para el sector industrial, el efecto inmediato es distinto: el consumo interno cayó con fuerza, los costos productivos siguen siendo altos y la llegada de electrodomésticos importados —más baratos que los fabricados localmente— desplaza a la producción nacional. La explicación de Whirlpool para su salida es clara: dejó de ser rentable fabricar en el país. La empresa, que hace apenas dos años inauguraba una planta modelo destinada incluso a exportar, ahora se retira de la manufactura local para limitarse a comercializar productos importados. El saldo económico es concreto: pérdida de empleos industriales, reducción de capacidad instalada y un retroceso en la cadena productiva argentina.
En Estados Unidos ocurre lo contrario. Donald Trump, desde su primera gestión, impulsó aranceles específicos para proteger a fabricantes de lavarropas, entre ellos Whirlpool. Esos aranceles, lejos de ser una postura coyuntural, fueron presentados como parte de una estrategia nacional: recuperar empleos fabriles, sostener la producción interna y garantizar que empresas emblemáticas siguieran fabricando en territorio estadounidense. Whirlpool celebró esas medidas y amplió operaciones en Ohio, donde Trump la mostró como “prueba” de que la protección selectiva puede revitalizar a la industria. En su discurso, producir en suelo propio es un elemento central del poder económico y geopolítico del país.
El resultado es una paradoja nítida. En Argentina, la apertura irrestricta funciona como un golpe para la producción local, que enfrenta una competencia desigual. En Estados Unidos, el proteccionismo selectivo funciona como un escudo que impulsa la actividad fabril. La misma empresa toma decisiones opuestas según el marco económico que cada país ofrece. La señal es evidente: donde hay políticas industriales activas, la producción crece; donde la industria queda librada a la competencia global sin respaldo del mercado interno, retrocede.
Whirlpool terminó revelando mucho más que un cierre de planta. Expuesta entre dos modelos que avanzan en direcciones contrarias, la empresa muestra cómo las decisiones macroeconómicas de un gobierno pueden fortalecer o debilitar su estructura productiva. Mientras Estados Unidos sostiene un camino que prioriza la industria y el empleo local, Argentina apuesta a una liberalización profunda que redefine —con costos visibles— su mapa manufacturero.
