La inflación de julio volvió a poner a prueba el bolsillo de las familias argentinas. Una familia tipo —dos adultos y dos menores— necesitó $1.149.353 para no caer por debajo de la línea de pobreza, y $515.405 para evitar la indigencia. Detrás de esas cifras hay más que estadísticas: hay rostros, noches de cuentas interminables y la pregunta que se repite en cada hogar, “¿llegamos o no llegamos?”.
Pese a que la economía se mantiene estancada y el consumo no repunta, los precios no frenan su marcha. El Índice de Precios al Consumidor subió 1,9% en julio, por segundo mes consecutivo, frente al 1,6% de junio. En el último año acumula un 36,6% y en los primeros siete meses de 2025 un 17,3%. Aunque el Gobierno celebra que la inflación mensual siga por debajo del 2%, la realidad en los hogares muestra una contradicción: la inflación puede lucir “controlada” en las estadísticas, pero en la mesa de las familias no alcanza para cubrir lo básico.
Cada vez más hogares se ven obligados a financiar la compra de alimentos con tarjetas de crédito o a endeudarse para llegar a fin de mes. El recurso que antes podía usarse para un electrodoméstico o una reparación, hoy se convierte en la única manera de llenar la heladera o comprar útiles escolares, con el riesgo de que los intereses se conviertan en otra carga mensual.
Julio también mostró incrementos marcados en rubros que forman parte del día a día: recreación y cultura (+4,8%), transporte (+2,8%), restaurantes y hoteles (+2,8%) y comunicación (+2,3%). Cada punto extra en esas categorías se traduce en menos salidas, menos viajes y menos posibilidades de esparcimiento para las familias.
El panorama se agrava en el Área Metropolitana de Buenos Aires, donde los aumentos en transporte, bienes y servicios para el hogar y alimentos superaron el promedio nacional. Al mismo tiempo, las ventas minoristas de pequeñas y medianas empresas cayeron un 2% en comparación con el año pasado y un 5,7% respecto al mes anterior, dejando en evidencia la debilidad del consumo.
Con las elecciones provinciales a la vuelta de la esquina, estos datos no sólo son un desafío económico, sino también político. Más allá de las cifras, la realidad se mide en changos medio vacíos, en remedios que se postergan, en viajes en colectivo que se cuentan con cuidado y en decisiones diarias que, aunque pequeñas, dibujan el mapa de la crisis.
